Relato
Relato
… porque el alma es como el tronco del árbol, que no guarda memoria de las floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza.
José Eustasio Rivera, La vorágine
Sé quién eres
Te he mirado
en el Yagé
en el mágico mundo colorido.
Hugo Jamioy Juagibioy, Yagé I
Se coge fuego por
abajo y por arriba
El Amazona´ en llamas
tal vez te motiva.
Rita Indiana, Mandinga Times
Dos manos sobre el fuego. Cuatro manos en busca del calor. Y el silencio. El silencio para escuchar el vuelo del pájaro que los persigue. Han aprendido a reconocer su respiración de motor y el aleteo de sus hélices.
Apoyas tu cabeza en su hombro. Mantienes la vista clavada en la fogata y en las sombras que se extienden más allá de los árboles, como fantasmas. Como los fantasmas de la Guardia que ahora los acompañan.
*
La luna es una mancha amarilla en el cielo, escondida detrás de las nubes. O del humo, te corriges. Podrías quedarte toda la noche viéndola. No puedes. Tienes que estar alerta para la caminata de mañana. Guacamaya también debería tratar de dormir.
Extiendes tu mano para invitarla a acostarse contigo.
Tengo que protegernos, te dice en un susurro.
A Guacamaya nunca la has visto descansar. Siempre que despiertas ella está protegiendo tus noches, empuñando su pistola, o con las palmas de las manos abiertas como si estuviera luchando contra alguna fuerza invisible para ti. En la Guardia le tenían miedo. Algunos decían que era una bruja y con su llegada se cumplía la profecía de la que tanto hablaba el chamán. ¿Qué podría saber él si terminó muerto? Tú fuiste el único que le sonrió.
*
La conociste una noche muy parecida a la de hoy. Estaban acostados alrededor de una fogata. Guacamaya se giró a la izquierda hasta tropezarse con tu mirada, que desviaste con rapidez sintiéndote avergonzado. Tú rostro desentonaba en toda la selva y las quemaduras en tu piel te delataban como alguien de la ciudad.
El chamán caminaba a su alrededor y les hablaba del viaje que estaban a punto de hacer. Te pidió que no tuvieras miedo y te dio a beber ese líquido marrón que quisiste escupir. Respiraste hondo para controlar las arcadas. Luego cerraste los ojos.
Querías que el yagé te diera fuerzas para luchar. El ejército estaba invadiendo la selva. También querías encontrar a los desaparecidos. Visualizaste sus rostros y repetiste los nombres. Debían seguir en la selva, pero ¿dónde? Era imposible que hubieran desaparecido así nomás. Quizás los militares los mantenían encerrados o habían sido capturados para trabajar en los laboratorios. El ritmo de la voz del chamán te arrullaba y brotaba de todos lados como una canción. Los árboles y el río también cantaban.
Sentiste un hormigueo recorriendo tus venas y unas ganas incontrolables de vomitar. Tu cuerpo no obedecía y el corazón te retumbaba muy fuerte. Alguien cerca de ti estaba vomitando y otra persona lloraba.
Tienen que respirar lento y profundo, les explicaba el chamán. Las luces te impedían quedarte quieto. Te levantaste, pero ya no estabas en la maloka sino en la casa de tus padres, buscando el mejor tiquete para viajar. La idea te llegó una mañana después de un sueño borroso. Las luces opacaron tus recuerdos y te llevaron devuelta a lo que creías, era el presente, acostado en el suelo. Todos se habían ido excepto ella. Sus cabellos azules y amarillos flotaban a su alrededor, como si tuvieran vida propia, y de su pecho emergió una Guacamaya que se posó sobre su cabeza como una corona. Querías saber su nombre. No fueron necesarias las preguntas para que respondiera. Guacamaya. Guacamaya psicodélica, como su alias. Su cuerpo aumentó de tamaño y su brillo se hizo tan fuerte que parecía que toda la selva estuviera ardiendo. Sentiste el impulso de arrodillarte en ese suelo del que surgían flores verdes, moradas, que giraban como una espiral.
Tus manos ya no eran manos sino líneas azules. Ríos que fluían y se mezclaban con los otros. Las columnas del techo se desdibujaron y escuchaste el latido de los árboles.
Pero una fuerza te arrastró hasta el fondo de un abismo, sumergiéndote en unas aguas negras que te impedían nadar y te mostraban imágenes que no entendías muy bien. Troncos caídos, raíces mutiladas y espíritus que te observaban con una mueca de miedo. Sentiste el dolor de los encadenados y los gritos de los muertos, obligados a apuñalar a los muchos árboles de ese bosque y recoger su sangre blanca. Viste a Guacamaya en lo que parecían las ruinas del mundo. Un hombre muy delgado se tumbó a sus pies, temblando, y le habló en una lengua extraña. Querías entenderlo. No eras capaz de reconocer ninguna de sus palabras. Nunca habías visto tanta desesperación en unas pupilas. Te hubiera gustado ofrecerle tu mano para ayudarlo a levantarse. El frío que penetraba en tus poros no te dejó moverte. Algo se acercaba. Lo sabías por los crujidos a lo lejos y los pájaros que chillaban. Incluso el hombre lo sabía y por eso se desvaneció como un fantasma. Ya no había colores. Era como si la oscuridad lo hubiera consumido todo. Los árboles cayeron por el terror y una neblina lo cubrió todo impidiéndote ver. No tenías voz para gritar ni para pedir ayuda. Lo siguiente que escuchaste fue el grito que te obligó a abrir los ojos.
La escuchas llorando muy cerca de ti. Sales de la carpa y te sientas a su lado. Quieres decirle que todo estará bien, que pronto llegarán al puerto y tomarán un barco que los llevará muy lejos, a salvo. Repasas el plan en tu mente. Cruzar la selva hasta llegar al puerto. Es un plan sencillo. Cruzar la selva una o dos semanas y luego escapar. Ese fue el plan cuando vieron la masacre. Tuviste que apretar los dientes al ver los cuerpos apilados. Las tripas parecían gusanos enormes que se revolcaban en charcos de sangre muy negra.
Todo saldrá bien, le dices en esa oscuridad y crees imaginar su mirada dudosa. Todo saldrá bien.
*
Guacamaya se incorpora para respirar mejor. Tú duermes a su lado, como si nada estuviera pasando. Ella ve tu cuerpo borroso por los reflejos de los árboles. No pasará mucho tiempo para que despiertes, con algunos quejidos, te estires y des vueltas en el suelo antes de mirarla y sonreírle.
Desde afuera se pueden ver las gotas que cubren las hojas y parecen flotar en el aire. Es una mañana como las demás, gris por la niebla y el humo. A lo lejos, las torres de la refinería brillan, aunque no las puedan ver.
*
Una parte del cielo es gris y la otra es de un azul tan brillante que casi parece extinto. Caminan en esa dirección.
*
Los pájaros que están formados en los cables son como estatuas de piedra que escaparon de la carretera en ruinas por la que avanzan. Lo que más disfrutas de la caminata es verla a escondidas tratando de memorizar su rostro, su piel cobriza como la tierra, las líneas rojas que dibuja en sus mejillas para que los espíritus los protejan, la pluma azul que cuelga de uno de sus mechones negrísimos, sus ojos que te descubren y parecen conocer todo de ti, hasta el rincón más oscuro.
Tienen que llegar al mar cuanto antes, por eso tratan de descansar lo menos posible. Perdieron la guerra y sabes que el ejército los busca. O bueno, la busca a ella, pero no dejarás que se la lleven. Que te maten primero.
Están ahí por todos lados. Están ahí, aunque no los veas, pero ellos sí te ven y Guacamaya los siente. Te pregunta si no tienes frío.
No entiendes su pregunta. El sudor empapa tu ropa y el calor apenas te permite caminar.
Ellos tratan de hablar. Sus voces son murmullos incapaces de resonar por encima del canto de los grillos.
Estamos cerca, dice Guacamaya.
Pero primero tienen que llegar al río furioso, eso lo sabes. Han cruzado por riachuelos podridos, arroyos que agonizan. Ninguno de ellos desemboca en el mar. El río furioso es el único que se mantiene vivo a pesar de la capa oleosa que corre por sus aguas y crece, crece como un cáncer. El cáncer de la muerte sobre todos ustedes.
*
Avanzamos hacia el crepúsculo, te dijo una tarde en la que no soportabas el dolor de pies y se acercaban a un sol que estaba muriendo detrás de las palmeras.
Avanzamos hacia el crepúsculo, dijiste, porque en el atardecer está el mar.
*
Al inicio eran cientos. Luego las bombas los dispersaron, los separaron, y ahora solo quedan dos. Tú y ella. Avanzan a escondidas por caminos intransitables, enmarañados, turnándose el machete para abrir los senderos y la pistola para cubrirse la espalda.
Son los únicos que siguen libres. Eso no lo sabes, pero lo sospechas. A veces se tropiezan con otros caminantes y ven en sus espaldas desnudas, en los brazos, y hasta en las mejillas, el hierro de todos los dueños que han tenido. Madereros, cocaleros, ganaderos, narcos.
Antes de tu viaje pensabas que eso ya no ocurría. Habías empezado a leer una novela que hablaba de esos crímenes. No fuiste capaz de terminarla al sentir el sufrimiento de un personaje que buscaba a su hijo, sin tener un rastro que seguir.
Si algo parecido te ocurriera, enloquecerías enseguida. Tú no tienes hijos, pero no eres capaz de imaginar un mundo sin Guacamaya. Te detienes, la observas y agradeces por estar junto a ella.
*
Quieres escribir su historia. No tienes tiempo para tomar apuntes. La escribes a escondidas, en tu mente. La escribes repitiendo las frases hasta convertirlas en una canción para que no se te olvide nada. La selva, la noche. Guacamaya aparece en cada capítulo. No hablarás sobre los sueños porque siempre los olvidas.
Al principio te costaba saber qué historia querías contar. ¿La de la Guardia? ¿La del secuestro? ¿La de tu llegada a la selva?
*
Tu nombre es B80, pero deberías llamarte Errante. Ambos lo son. Errantes en esta selva que abandonan para sobrevivir.
Los incendios y el humo son como fieras que buscan adueñarse de la vida. Una noche, cuando los demás seguían vivos, tuvieron que levantar el campamento a toda prisa porque la niebla les estaba robando el aire y buscaba cegarlos.
*
El hormigueo en tus piernas y el calor te han acompañado durante toda la caminata. Piensas en ese mar que los espera al final. Quieres quitarte la ropa empapada de sudor y sumergirte por horas en las aguas, hasta que tu piel quede limpia de todo el barro, de tu sangre seca, la de los mosquitos que logras aplastar. Guacamaya se mantiene en silencio y camina delante con una impaciencia que no le habías visto antes.
No puedo más, dices en voz baja y te apoyas en el tronco de un árbol para no derrumbarte.
No podemos quedarnos mucho rato.
Yo sé, yo sé.
No recuerdas cuándo fue la última vez que comieron. Guacamaya se sienta frente a ti y una caricia de sus dedos resbala por tu mejilla, se detiene en tu cuello. Tu cuerpo siente las cosquillas.
El rojo te luce.
¿Rojo?, respiras profundo para que el rostro recupere su color.
Buscas en el maletín el termo con agua. Tu primer instinto es tomártela toda. Guacamaya acerca su rostro al tuyo y bebe de tus labios. Ahora sus dedos vuelven a tocarte y con ellos te invitan a tomar un descanso que inicia con ese beso y continúa con ella desabrochándote el pantalón, y tumbándote en el suelo mientras tú le quitas la blusa en busca de sus pezones.
No podemos quedarnos mucho rato, le dices. Ella se ríe bajándose los pantalones.
¿Seguro?
No le respondes. Estás muy concentrado en seguir respirando y procurar que tu corazón no explote cuando el placer invade tu cuerpo, como las hormigas que caminan por tus nalgas y suben por tu estómago. Guacamaya las sacude sin dejar de mover sus caderas sobre ti. Aprieta tu camisa al tiempo que deja escapar los gemidos que no habían compartido en semanas. A medida que se acercan al orgasmo ella extiende sus brazos como si estuviera a punto de volar y se tumba a un lado respirando muy fuerte. Aunque estás muy cansado, tus labios descienden por su cuerpo y se empapan de ella para calmar esa sed que vienes sintiendo desde que empezaron a huir. Saboreas su cuerpo salado y estás seguro de que morirás ahí mismo.
No puedo más, dices con la cabeza recostada entre sus piernas.
Descansemos un rato.
*
Ambos boca arriba, acostados en la tierra. Las copas de los árboles de ese bosque tienen mucho cuidado de no tocarse y sus ramas, separadas por algunos centímetros, forman ríos que desembocan en la parte del cielo que está ennegrecida.
Recuerdas otra tarde. Los matorrales y los árboles creaban un escondite para ustedes y las luces que se filtraban por entre las hojas parecían portales capaces de llevarlos a otros mundos.
¿Qué hacemos aquí todavía?, te preguntó Guacamaya.
Esperar.
¿Y qué esperamos?
Espérate… ¡No te levantes!... Espérate.
La sujetaste de la mano y ella se giró para verte de frente.
¿Qué estam…
¡Shhh! Ya van a venir.
Al principio vieron una mariposa, luego dos, cinco más. Era una colonia entera. Podría haber unas treinta, cincuenta, cien mariposas que se acercaban desde todas las direcciones y, después de revolotear un rato, se posaban sobre el tronco de un roble coloreando su madera de azul.
*
Sentado sobre un tronco muerto, ves el agua. Nunca se detiene, como tampoco se detiene la humarada que los persigue. Los guijarros te dicen que ustedes son los últimos, te hablan de su misión, del sacrificio, del renacimiento. Escuchas sus mensajes. No los entiendes.
*
Guacamaya te zarandea por el hombro y se lleva el dedo a los labios para pedirte que hagas silencio. En ese momento lo escuchas. Escuchas el ruido insistente, un ronroneo cada vez más cercano. Te levantas lentamente. Las hojas también se levantan del suelo y las ramas se quiebran por el roce de las hélices metálicas que se vislumbran a lo lejos. Guacamaya se abalanza contra ti y corre sujetándote de la mano para escapar de los pájaros. Escuchas el zumbido y las explosiones a tus espaldas.
Los proyectiles caen sobre los árboles dejando una lluvia de chispas y madera quemada. El ruido ahora se duplica. Tratas de derribarlos con la pistola. El ruido se multiplica.
Guacamaya murmura palabras y repite lo que parece una oración. Uno de los pájaros se estampa contra un árbol. Al ver el bosquecillo que está más adelante se te ocurre una idea. Otra explosión. Sientes la onda de calor y los trozos de madera quemada que te llegan al rostro. Te derrumbas sin saber muy bien qué ocurre. Guacamaya te está hablando, pero no le entiendes. Todo lo que escuchas es un sonido agudo, como un silbato, que se vuelve más fuerte cuando te ayuda a levantarte y corre sosteniendo tu peso.
Te cuesta mantenerte en pie porque todo gira muy rápido y el naranja es brillante. No has visto las manchas de sangre en tu ropa. Quieres que se detenga ese ruido que solo escuchas tú.
*
Cuando llegaron al campamento, una legión de sombras se puso de pie entonando un lamento que te erizó los vellos de la nuca. Habías visto esa imagen antes. No lograbas recordar dónde. Tus ojos apenas se estaban acostumbrando a la oscuridad cuando una figura corrió hacia ti y te zarandeó por los hombros. Las palabras de Guacamaya salían como bufidos.
Los mataron.
Quisiste preguntar de qué hablaba. El temblor empezó a apoderarse de tus piernas. No había nadie más en el campamento. Solo ustedes dos. Una punzada de dolor nació en tu cabeza y el baile de las sombras te mareó.
El olor de la sangre se mezclaba con el olor de las flores que abrían sus pétalos a esa hora, como los muchos cuerpos que estaban amontonados como una gran hoguera de carne. El chamán te veía con sus ojos ciegos. El tocado de plumas verdes estaba teñido de marrón y los colmillos del collar parecían deseosos por probar la sangre de la garganta.
*
Ella no quería irse. De haber podido elegir se habría quedado para luchar, pero esa noche ninguno tuvo opción. Apenas había podido escapar del humo. Lo que más recordaba eran los alaridos de la selva y cómo sus cuerpos ardían. El suyo por la rabia, por todo lo que veía, por los gritos.
Su mamá le pidió que avanzara más rápido, que no mirara el incendio, ni las casas, ni a su pueblo que gritaba y corría. Guacamaya quería presenciar el horror. Miraba para nunca olvidar. El humo la envolvía como una serpiente. Primero cubrió sus ojos, luego sus pulmones. Tosió cuando el aire empezó a faltarle. Esa fue la primera vez que soñaste con ella.
*
El cielo es de un azul irreal y en él está dibujada la luna menguante, aunque todavía no sea de noche.
La ves en el río. La mitad de su cuerpo está sumergida y la otra mitad brilla por los reflejos del sol. No hablas el idioma pronunciado por sus labios. Imaginas lo que está diciendo. Te parece escuchar la palabra sacrificio.
Sus brazos abiertos describen círculos en el aire, acarician la superficie de las aguas y otra vez vuelven a elevarse.
Todo se ve tan tranquilo que no entiendes ninguna de las imágenes que te dan vueltas en la cabeza. El fuego, la sangre, la muerte. Del otro lado, las torres de la refinería son un bosque de palmeras metálicas.
Guacamaya te ve despierto. El agua resbala por su piel y sus ojos están hinchados. Sonríe.
No te preocupes. Todo va a estar bien.
*
Despiertas gritando. La presión de tu cabeza es casi tan fuerte como la del oído. No sabes cuánto tiempo dormiste. La oscuridad ya se acerca como una gran nube en el cielo. Vuelves a caer. Sientes las garras de criaturas invisibles aferrándose a tu carne. No puedes gritar. No puedes moverte. Guacamaya sigue luchando.
*
Vuelves a soñar y te cuesta darle crédito a los recuerdos que cruzan por tu cabeza. Los crujidos de la madera que estalla, los árboles que se desmoronan, los chillidos de los animales, todo se escucha como un grito. Las imágenes que te muestra el fuego son las de una mujer y los tentáculos de humo que invaden el cielo. No eres capaz de distinguir su rostro, pero sí la pluma que cuelga de sus cabellos. Ella se da la vuelta hacia ti, antes de seguir avanzando al corazón en llamas. Te busca a su alrededor, desesperada. No encuentra tu rostro por ningún lado. Tú tampoco la encuentras y corres. Con la punta de tu cuchillo escribes su nombre en la corteza de los árboles. Guacamaya, Guacamaya, Guacamaya. Guacamaya psicodélica. Quieres invocarla para no sentirte tan solo en esa selva en la que debían permanecer juntos. Juntos. Te lo prometió. Ambos lo prometieron en ese refugio de mariposas cuando la Guardia seguía viva. Hicieron el amor mientras ellas volaban sobre ustedes como un augurio de buena fortuna. Pero las mariposas también simbolizan la muerte. Eso lo escuchaste de labios de una anciana. ¿Esas mariposas representaban su muerte? Lo dudas. Ella no está muerta. Solo se separaron un momento. No tardarás en verla llegar con sus botas y la pluma que baila en su cabello cada vez que se mueve.
*
La tierra se estremece por la explosión. Despiertas confundido, pronunciando el nombre de Guacamaya muy alto, para verla de nuevo. Los puntos naranjas de la fogata bailan en el aire y sientes el calor contra tu rostro antes de ver la llamarada que está detrás de ti. Las luces rojas que se levantan te recuerdan el sueño.
Corres sin fijarte por donde pisas. Crees que a lo mejor está muerta, imaginas su cuerpo tendido en el suelo. Gritas su nombre a medida que te acercas al bosquecillo en el que las llamas crecen. La brisa carbonizada busca alejarte. Cuesta respirar ese aire. Te cubres el rostro con tu brazo y vuelves a llamarla. El crepitar del fuego te impide escuchar. Otra explosión te sacude. Algunos árboles ceden y se derrumban, pero otros se sujetan con fuerza de sus raíces para mantenerse en pie. Siguen unidos a pesar de todo, aunque la tierra se abra creando abismos que te cuesta trabajo esquivar.
Los ríos de tus venas fluyen y recorren el universo de tu carne hasta escapar. Sientes un dolor en los huesos como si todo tu esqueleto se estuviera fracturando y fueras capaz de experimentar lo que ella está sintiendo en ese momento. Entiendes las voces de las almas que le piden que despierte. Tiene que estar despierta para lo que viene y tú debes mantenerte a su lado.
Guacamaya, tu voz tiembla. No puedes seguir de pie.
Ya es tarde, susurra ella en tus pensamientos. El viento es como un gran aullido de furia. También escuchas los chillidos de dolor de las criaturas que huyen. El calor es insoportable cuando distingues a la figura que repite los movimientos que tantas veces le has visto ensayar. Tratas de levantarte. Tus pies no responden. Sigues avanzando como puedes.
Avanzas lento sobre mí, tus manos me recorren y quieres llegar hasta mi centro. Me susurras palabras de amor para que te guíe. Soy la selva y los veo. Ella camina asustada y te busca, aunque la neblina se extienda a su alrededor. Sus pasos son lentos, el dolor la obliga a cerrar los ojos y las lágrimas se evaporan en sus mejillas. Tú sigues gritándole, le ruegas que no lo haga.
Ya es tarde, repite. Los labios del fuego se acercan para besarla y ella mueve sus manos mientras la piel se desprende de su cuerpo y aterriza en el suelo en forma de plumas. No sé detiene. Reconoces los movimientos de sus muñecas que describen círculos en el aire. El fuego se abalanza en su contra y Guacamaya mueve sus brazos desesperada. No deja de moverlos en ningún momento. El cabello arde sobre sus hombros. Grita por el dolor y sigue avanzando. Las cenizas son una estela que cae a su paso.
Quieres que se detenga. Imaginas su piel carbonizada, el dolor de sus heridas, la cercanía de la muerte. Guacamaya extiende sus brazos y empieza a volar. Al principio los movimientos son torpes. Ves la sombra que se eleva con lentitud, parece que fuera a derrumbarse, pero ella sigue batiendo sus alas a medida que gana más altura.
Tu carcajada resuena tanto como su graznido. Sabes que el azul de sus plumas será capaz de apagar cualquier incendio.