La historia de Guacamaya se escribió primero en sueños, en uno confuso y extraño como casi todo lo que soñamos.

Dormido, la vi por primera vez de noche; la escuché en las noticias de los incendios en la selva y la recordé en la sensación de vacío que me quedó luego de leer La Vorágine de José Eustasio Rivera. La escribí en borradores de novelas que no conducían a ningún lado, en garabatos de historias que me parecían absurdas, en relatos futuristas que no me convencían. Fue hasta mediados de 2020 que terminé una de las primeras versiones con la que me sentí satisfecho.

La adaptación gráfica de Guacamaya psicodélica empezó en 2021 gracias a la complicidad de Iván Berrío Toscano, artista visual que se atrevió, gustoso, a lanzarse en esta travesía por la manigua.

Quiero agradecer a mis amigas que me acompañaron en este viaje más largo de lo que esperaba. A Natalia y Angie, que leyeron las primeras versiones del cuento cuando todavía tenía otro nombre. A Juliana, por su ayuda a Guacamaya durante nuestra temporada de encierro pandémico en Bogotá. A Camila y su honestidad,  sobre todo durante los primeros bocetos de la versión ilustrada. A William, mi agente y un apoyo invaluable en la génesis del proyecto transmedia. A Enrique, por sus consejos comiqueros y ser una guía fundamental en cada uno de mis pasos. A Eva, por sus lecturas atentas. A Adriana, cuyas lecciones y conversaciones sobre literatura han enraizado dentro de mí. A mis hermanas y mi mamá, por todo lo que no cabría en este espacio. 

Este es el momento para que Guacamaya levante el vuelo y aterrice en sus cabezas.​​

¿Esta historia continuará?

César.